Ciudades caminables y movilidad eléctrica, por un futuro saludable y sostenible

Imagina que, en vez de pasar horas al día bloqueado en el tráfico, disfrutas ese tiempo en familia o yendo a jugar futbol con tus amigos. En lugar de gastar tu dinero en gasolina y mantenimiento de tu auto o tu moto, lo inviertes en una deliciosa cena saludable, o lo ahorras para tus próximas vacaciones. Imagina también que, en vez de enfermarte por respirar el aire contaminado de tu ciudad, respiras aire fresco y ves el cielo azul y los paisajes que la rodean.

Este es el futuro que América Latina y el Caribe merecen, y un nuevo estudio del BID sugiere que los países pueden lograrlo, a la vez que ponen fin a la crisis climática. Pero habilitar la transición hacia un transporte libre de carbono requiere reflexionar acerca de cuáles son las barreras que impiden que las ciudades sean más habitables y, así, actuar en materia de regulación, desarrollo de infraestructura, y diseño de incentivos para remover dichas barreras.

Redefinir el espacio público para mejorar la vida de las personas

Las soluciones técnicas que permitirían construir y desarrollar mejores ciudades ya están disponibles. Si bien no existe una solución única para todos, sí existen ingredientes que podrían considerarse en cualquier ciudad. Entre ellos, se incluyen:

  • Barrios caminables con oferta de servicios básicos que reduzcan la necesidad de realizar largos desplazamientos a diario.
  • Una red de transporte público bien diseñado, seguro y accesible, que incluya buses, tranvías y metros y funcione de manera adecuada, conectando áreas residenciales, zonas de negocios y lugares de ocio y recreación.
  • Infraestructura segura y fácil de usar para caminar y montar en bicicleta, que incentive el transporte activo y saludable.
  • Vehículos y buses eléctricos que permitan mantener las calles limpias y silenciosas.

Ciudades como Curitiba, en Brasil, demuestran que aplicando algunos de estos ingredientes, las ciudades pueden redefinirse con los años y mejorar la calidad del transporte y de la vida para sus ciudadanos.

Un mejor transporte para detener el cambio climático

Cambiar la manera en la que nos movemos es esencial para reducir los impactos del cambio climático. Hoy en día, la combustión de diésel y gasolina emite el 15% de los gases de efecto invernadero en América Latina y el Caribe. Por lo tanto, para poder alcanzar las metas de cambio climático, debemos reducir significativamente las emisiones generadas por el transporte. Sin embargo, este continúa siendo la fuente de emisiones de efecto invernadero que más rápido crece en la región, junto con la electricidad. A medida que el PIB y la población crecen, cada vez más personas aumentan su poder adquisitivo, lo cual es excelente. No obstante, si el anticuado estilo de vida continúa girando en torno a la utilización de vehículos propios, el crecimiento económico desencadenará una mayor congestión en las calles, mayor polución y, por ende, más emisiones. Si todo esto continúa así, la demanda de transporte podría multiplicarse para el año 2050 un 3.5 en la región.

Por fortuna, la tecnología y las prácticas han ido evolucionando favorablemente con el paso de los años. Por ejemplo, el coste de las baterías ha disminuido drásticamente en las últimas décadas, los fabricantes de automóviles han entendido cómo comercializar los vehículos eléctricos y su adopción se está disparando.

No obstante, existen todavía diferentes barreras que impiden a los negocios y las familias utilizar vehículos eléctricos, optar por la bicicleta o los desplazamientos a pie, o utilizar más el transporte público. La buena noticia es que, proporcionando subvenciones, infraestructuras e introduciendo cambios normativos, los gobiernos pueden crear condiciones que favorezcan la movilidad eléctrica, el transporte público, el uso de la bicicleta y los desplazamientos a pie.

¿Qué deben hacer los gobiernos?

Un problema clave es que caminar o montar en bicicleta puede ser peligroso. Aunque se recorre mucha menos distancia a pie y en bicicleta que en coche, tres de cada diez personas que mueren en las calles son peatones o ciclistas. No es de extrañar que la gente prefiera conducir incluso para trayectos cortos de cinco minutos y que no lleve a sus hijos a dar paseos en bicicleta el fin de semana.

Ya conocemos las soluciones, y estas no implican pintar las calles. Para evitar accidentes, los ciclistas y los peatones necesitan carriles propios y aceras separadas del tráfico y de los vehículos. Necesitan también semáforos, puentes y túneles de uso exclusivo para poder cruzar calles y carreteras. Asimismo, es fundamental instalar iluminación en las carreteras, para brindar mayor seguridad. Los gobiernos deberían, por tanto, invertir en infraestructuras como estas, que requieren mucho menos gasto que las carreteras para autos. Asimismo, es importante trabajar en el desarrollo de habilidades y capacidades, como en la normativa. Los gobiernos pueden reducir la velocidad máxima de los coches en las zonas urbanas a través de regulaciones, y también pueden capacitar a la policía y a los agentes de tráfico para que fomenten el cumplimiento de las normas en distancias de seguridad entre los autos, los peatones o ciclistas, así como vigilar comportamientos peligrosos que comprometen la seguridad del peatón y el ciclista.

Otro problema clave que evidenciamos es que los vehículos eléctricos siguen siendo costosos. A lo largo de su vida útil, el costo de vehículos eléctricos puede ser ya menor a las alternativas de combustible fósil, porque son mucho más eficientes y requieren menos mantenimiento. Sin embargo, su precio de venta puede ser el doble al de un vehículo de gasolina o diésel, lo cual dificulta la compra de vehículos de cero emisiones a familias o empresas que no cuentan con la liquidez necesaria.

Aquí también conocemos soluciones. En el caso específico de los autobuses eléctricos, la forma en la que los gobiernos diseñan los mercados de transporte público es primordial. En el caso de autos, motos o bicicletas privadas, los gobiernos pueden ofrecer préstamos a tipo de interés cero o programas de canje, en los que los compradores de vehículos eléctricos reciban una subvención a cambio de su antiguo automóvil de combustible fósil, usualmente entre el 10% y el 30%. También podrían utilizarse exenciones de peaje y beneficios fiscales en los seguros de los vehículos, pero sólo al principio de la transición, para poner en marcha la adopción del mercado. A medida que avance la producción y el desarrollo de las baterías, es probable que los vehículos eléctricos lleguen a ser más asequibles que las alternativas de gasolina o diésel. Posteriormente, mirando a largo plazo, los peajes urbanos y de carretera y la tarificación del aparcamiento en espacios públicos aplicados tanto a los vehículos eléctricos como a los de gasolina pueden incentivar los desplazamientos a pie, en bicicleta y en transporte público. 

Manos a la obra para alcanzar la prosperidad libre de carbono

Aunque cada ciudad es diferente, los ejemplos anteriores evidencian una hoja de ruta clara para la región:

  1. Imaginar un transporte más económico y asequible que mejore la vida de las personas.
  2. Identificar los obstáculos que pueda haber en el camino de la transición.
  3. Darle mandato a los gobiernos que habiliten la transición.

Si todos los grupos de interés trabajan en conjunto de cara a este objetivo, América Latina y el Caribe pueden llevar a cabo la transición hacia un sistema de transporte limpio, seguro, accesible y asequible.

Muchas otras barreras impiden la adopción de mejores sistemas de transporte, y algo similar ocurre con otros sectores como el de energía, edificios, agricultura, industria y gestión de residuos. Entérate de cómo es posible trabajar en estos sectores leyendo el estudio del BID sobre 15 transformaciones hacia la prosperidad libre de carbono.

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