Podemos compartir una comida y preservar la biodiversidad y el clima, si elegimos lo que comemos y cómo lo producimos

Las fiestas nos recuerdan el poder cultural de la comida: nada mejor para unir a familiares y amigos que un plan para compartir una deliciosa comida. Excelente plan, hasta que empieza la discusión alrededor de temas delicados. En estas fechas, latinoamericanos y caribeños se reúnen para celebrar grandes hitos (¡incluido una copa!), justo cuando líderes mundiales anuncian la firma de un marco global para proteger la biodiversidad. En estas cenas navideñas, algunos van a acabar discutiendo con sus cuñados sobre el impacto medioambiental de los alimentos. ¡Ojalá no le pase! Pero por si pasa, dos publicaciones recientes del BID ofrecen datos sobre el impacto de la comida en la deforestación y las emisiones de gases de efecto invernadero, las ventajas de mejorar el sistema alimentario, por qué es difícil hacerlo y cómo pueden los gobiernos actuar al respecto.

El tesoro que debemos preservar

Hablemos primero de lo que está en juego. La región alberga el 40% de la biodiversidad mundial: jaguares, tucanes, osos perezosos, tiburones ballena, colibrís y la mayoría de los pingüinos sólo se encuentran por aquí. Conviven en nuestros asombrosos ecosistemas: albergamos un tercio del agua dulce del planeta y casi la mitad de sus bosques tropicales en el 14% de la superficie terrestre mundial. La región también produce deliciosas preparaciones gastronómicas. Hacemos tacos, mole, mariscos caribeños, arroz con frijoles, arepas, pan de yuca, ceviche, sopaipilla, empanadas, pizzas con mucho queso y nuestra propia versión del gelato italiano. Y cómo olvidar nuestros mezcales, rones, vinos, piscos y cervezas, ¡algunos los beben con pajita!

Ahora la parte menos glamurosa. La población latina sigue pasando hambre; el COVID y la guerra en Ucrania han empeorado la situación. El hambre se suma a tres amenazas que la región enfrenta a más largo plazo. Uno, la desnutrición. Consumimos demasiado azúcar y carnes rojas grasas, pero no suficientes verduras y fibra. Dos, el cambio climático. Trae consigo sequías, olas de calor y destruye cosechas. Y tres, la pérdida de biodiversidad. El 90% de la población de vertebrados de la región ya desapareció.

La región puede afrontar estos retos. Este año, líderes mundiales reafirmaron su compromiso con alcanzar las cero emisiones netas de gases de efecto invernadero en torno a 2050 y de preservar la biodiversidad transformando el 30% de la tierra y los océanos en zonas protegidas de aquí a 2030. Y la buena noticia es que sabemos cómo preservar los sistemas alimentarios, conservar y restaurar los ecosistemas de los que dependen, al tiempo que creamos 15 millones de nuevos empleos netos para la región, proporcionamos dietas más sanas y celebramos nuestra región.

Los alimentos no aparecen por arte de magia en nuestros platos

Cambiar el sistema alimentario es esencial para alcanzar los objetivos de biodiversidad y cambio climático. En América Latina y el Caribe, la agricultura causa el 25% de las emisiones, principalmente por el metano del ganado destinado a carne y lácteos y el óxido nitroso de los fertilizantes y el estiércol. Los fertilizantes también contaminan el agua y los suelos y dañan la vida silvestre. Y los pesticidas también son un problema. Están diseñados para eliminar los insectos que se alimentan de los cultivos, pero son demasiado eficaces: las poblaciones de insectos están colapsando, amenazando a las aves y mamíferos que se alimentan de ellos. Las abejas son famosas polinizadoras; ¡las necesitamos para producir frutas y verduras!

Frenar la deforestación es igualmente importante. Otro 21% de las emisiones procede de los cambios en el uso del suelo: destruimos bosques y humedales ricos en carbono y biodiversidad para extender cultivos y pastos que sólo retienen una fracción del carbono y prácticamente no sustentan la vida silvestre. Dentro de la agricultura, la carne de vacuno tiene un impacto desproporcionado. En la región, es responsable del 57% de las emisiones agrícolas y del 58% de la deforestación, mientras que sólo aporta el 12% de las proteínas y el 4% de las calorías.

Las tendencias actuales no son sostenibles. Un estudio del BID estima que, para 2050, el crecimiento de la población y de los ingresos disparará la demanda de alimentos en general y de carne de vacuno en particular. Esto aumentará las emisiones en un 45% y perpetuará la deforestación.

Tres ingredientes básicos para mejorar los sistemas alimentarios

Entonces ¿qué podemos hacer para mejorar los sistemas alimentarios? Los detalles dependerán del contexto local, pero en general hay tres ingredientes importantes que los países pueden tener en cuenta:

Modernizar las prácticas agrícolas. El rendimiento determina cuánta tierra se necesita para satisfacer la demanda. Hay margen para progresar, ya que los rendimientos en la región son una fracción de lo que son en Estados Unidos o en Europa. Modernizar también significa utilizar soluciones basadas en la naturaleza. La plantación de leguminosas, arbustos que fijan el nitrógeno del aire al suelo, puede reducir la necesidad de utilizar fertilizantes contaminantes. Y los agricultores astutos pueden combinar cultivos para multiplicar los beneficios: plantar árboles sobre los pastos o el café proporciona sombra al tiempo que captura carbono, y algunas hierbas son pesticidas eficaces.

Elegir conscientemente lo que comemos. Reconozcámoslo: comer menos carne de vacuno es la opción alimentaria más eficaz para conservar la biodiversidad y el carbono. La carne de vacuno emite hasta 10 veces más gases de efecto invernadero por gramo que el pollo o el cerdo, y 100 veces más que la mayoría de las verduras. Esto se debe a que las vacas son rumiantes y emiten metano, un potente gas que aumenta el efecto invernadero. Las vacas también son la principal causa de deforestación: dedicamos el 80% de las tierras agrícolas del mundo a pastos y cultivos como la soja para alimentarlas. Nadie propone prohibir la carne de vacuno, pero es importante que seamos conscientes de las opciones que tenemos y de sus implicaciones.  

Reducir el desperdicio de comida. Es difícil de monitorear, pero hasta el 30% de los alimentos producidos se pierden antes de llegar a los consumidores o se desperdician en los hogares. Podríamos llegar muy lejos si mejoráramos las infraestructuras de transporte para mantener la cadena de frío, aumentáramos la resistencia frente a catástrofes naturales como las sequías y resolviéramos el misterio antiguo de como acabar nuestros platos y comernos lo que tenemos en la nevera.

Los gobiernos deben transformar los compromisos en acciones

Los gobiernos tienen un papel clave que desempeñar para facilitar la transición hacia un mejor sistema alimentario. Un paso importante es reformar las subvenciones agrícolas. Cada año se gasta en el mundo 500 millones de dólares en subvencionar alimentos, pero está demostrado que una gran parte se destina a apoyar la carne de vacuno y el arroz, dos de los alimentos más contaminantes, y las subvenciones incentivan el uso excesivo de fertilizantes, tierra y agua.

La comunicación, la capacitación y la educación también son importantes. En los comedores escolares y públicos, por ejemplo, podría ser más fácil prescindir de la carne de vacuno o hacerse vegetariano. Los gobiernos también pueden educar a su población sobre el impacto medioambiental y los beneficios nutricionales de los distintos alimentos. Y es esencial capacitar a los agricultores para que adopten nuevas prácticas. 

Estos son sólo ejemplos de lo que pueden hacer los gobiernos: reformar el sistema alimentario es una tarea compleja. Además, para poner fin a las crisis medioambientales, los países también tendrán que replantearse el transporte, la energía, los edificios y la industria. La oportunidad es una mejor calidad de vida, un crecimiento más fuerte y la creación de empleo. Conoce mucho más leyendo nuestro informe sobre 15 transformaciones hacia la prosperidad libre de carbono,  o profundice en los detalles de las opciones de la región a partir del sistema alimentario para alcanzar las emisiones netas cero.

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